LOS METALES SON RECURSOS NO-RENOVABLES
Como se ha establecido repetidamente, la corrosión destruye a los metales al convertirlos en óxidos, u otro tipo de productos. Así las cosas, la corrosión va en detrimento del suministro global de metales, al atacar estructuras o partes que están en servicio, de modo tal que su reemplazo consume una porción de la reserva mundial de los recursos naturales de que dispone el planeta. Para defender el medioambiente, es importante cuidar las reservas de metales, no solamente para conservar a los minerales, sino también para reducir la cantidad de desperdicios sólidos que se acumulan en sitios de relleno o en centros de reciclado. En el mismo sentido, extender la vida útil en servicio de un producto metálico nos evita tener que manufacturarlo nuevamente, de manera que se ahorra energía y se contribuye a disminuir las emisiones gaseosas nocivas.
La naturaleza nos ofrece una amplia variedad de “materias primas”. Los minerales constituyen el mayor conjunto de estos recursos y de ellos es posible aislar un total de más de sesenta elementos metálicos diferentes. La tecnología moderna es totalmente dependiente de cuatro de ellos: 1) el hierro, que con pequeñas cantidades agregadas de otros metales forma los diferentes aceros; 2) el aluminio, que es utilizado ampliamente en el transporte; 3) el plomo, que se emplea para las baterías que nos permiten almacenar energía; y 4) el cobre, que posibilita que se transmita la corriente eléctrica del sitio donde se genera hasta el lugar donde el usuario la consume y también dentro de los dispositivos electrónicos. Poco menos importantes pueden ser considerados otros cuatro elementos metálicos: el cromo y níquel, que junto con el hierro constituyen el acero inoxidable; el zinc que ayuda a combatir la corrosión de diversos metales y finalmente el estaño, que es esencial en la industria electrónica moderna.
En vista de su relevancia e impacto en la vida moderna, la reserva mundial de metales debe ser evaluada considerando que hay dos aspectos importantes que es necesario tener en cuenta: cuánto nos queda y dónde se encuentra.
La primera cuestión, evidentemente se relaciona con la cantidad de los minerales (yacimientos o menas) de los que proviene cada metal que actualmente existe en la naturaleza. Aunque no es tarea fácil, existen diversos estudios en los que se ha intentado evaluar las reservas. Algunas estimaciones globales se ofrecen en la Tabla 2. Los valores muestran claramente que las reservas son limitadas. Cabe aclarar que los que se muestran son valores estimados, que se van modificando en cuanto se descubren nuevos yacimientos, a medida que va cambiando la demanda así como también al intensificarse los esfuerzos por disponer de procesos de reciclado más eficientes. En tanto se apliquen métodos más eficientes de protección contra la corrosión se podrá también contribuir a conservar estos recursos naturales.
Es importante entonces conocer en su conjunto las reservas disponibles de metales y utilizar esta información para generar escenarios que regulen el uso, el descarte y la reutilización de los metales.
IMPACTO DE LA CORROSIÓN
El panorama que enfrentamos al pensar en los costos es muy complejo, ya que hay que considerar de alguna manera a los múltiples y diversos factores que intervienen en la definición del problema. Pero en última instancia, cuando se trata de costos, es necesario poner números para que el cuadro de situación esté completo. Claro que aquí las cifras son tan grandes que la mayoría de nosotros no llega a hacerse una idea concreta de su magnitud.Por otro lado, hay pocos análisis de costos cuyos resultados sean públicos, pero con algunos ejemplos será suficiente.
Los últimos estudios conocidos llevados a cabo sobre el impacto económico de la corrosión muestran resultados alarmantes. Entre 1999 y 2001, los costos totales directos por año que pudieron asociarse a problemas de corrosión en los Estados Unidos alcanzaron a aproximadamente mil millones de dólares, algo así como 3,1% del Producto Bruto Interno (PBI) de ese país. De la misma manera, en Perú, se ha hecho público que en el año 2000 las pérdidas por corrosión representaron 8% del PBI, es decir, aproximadamente 1.200 millones de dólares. En España, solamente el costo de la corrosión del acero supone el 2,2% del PBI (más de 25.000 millones de euros) mientras que el costo de la corrosión de todos los materiales metálicos en conjunto, supera los 48.000 millones de euros. En Venezuela la corrosión del acero representa una pérdida el 4% del PBI. Estimaciones efectuadas en otros países industrializados dieron resultados muy parecidos (1,8-4,2% del PBI). Sin embargo, pocos estados promueven inversiones en investigación científica y desarrollos tecnológicos relacionados con la protección contra la corrosión.
Desde una perspectiva globalizada, el costo de la corrosión de los metales se estima en torno al 6% del PBI mundial (un 3% de costos directos y otro 3% de costos indirectos).
Para determinar el impacto de la corrosión con otros parámetros, podemos partir de valores de consumo promedio anual. En un país como Venezuela, con gran presencia de industria consumidora de acero (como lo es la industria petrolera), el consumo promedio per cápita anual de acero al carbono es de 122 kg, lo cual representa un consumo nacional anual de 2.900.000 toneladas. De este total, la corrosión destruye un 25%, o sea 725.000 toneladas anuales. ¡Eso equivale a 9 kg de acero que se oxidan por segundo!
Las cifras son alarmantes y muestran claramente lo necesario e importante que es estudiar este fenómeno en mayor profundidad.
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