ANTECEDENTES HISTÓRICOS DE LA AUTOMATIZACIÓN

 ANTECEDENTES HISTÓRICOS DE LA AUTOMATIZACIÓN 


El término autómata se ha venido aplicando desde tiempo muy antiguo a aquella clase de máquinas en las que una fuente de energía accionaba un mecanismo ingeniosamente combinado, permitiendo imitar los movimientos de los seres animados. Ateniéndonos a esta primera acepción, entre los primeros autómatas de los que se tiene noticia, se citan las estatuas animadas que habrían sido construidas en el templo de Dèdalo. Los griegos, y más tarde los romanos, conocieron ya varios tipos de juguetes mecánicos. Al parecer algunos famosos autómatas fueron construidos en la edad media por San Alberto Magno o Regiomontano (Juan Muller). 

Mención especial merece Vaucanson, el cual construyó en su juventud «sublimes juguetes»: entre ellos el Flautista, que representaba un fauno según modelo de la estatua de Coysevox, que ejecutaba una docena de aires valiéndose de movimientos de la lengua, labios y dedos; el Tamborilero; la Tañedora, que todavía puede ser admirada en el conservatorio de artes y oficios de París; y un áspid, que se utilizó en las representaciones de la Cleopatra de Marmontel. Sin embargo, la fama de Vaucanson se debe sobre todo a su célebre Pato, el cual era capaz de batir las alas, zambullirse, nadar, tragar grano e incluso expeler un producto parecido al excremento. Al parecer una sola de sus alas se componía de unas 2000 piezas. No obstante, en todos esos autómatas no se trataba de copiar la vida, sino únicamente de imitar algunos de sus actos aislados.


En todos los autómatas celebres del s. XVIII se repite el proceso de imitación, pudiéndose citar, entre ellos: las Cabezas parlantes del abate Mical; el Androide escritor que Frederic de Knauss presentó en Viena, en 1760; los autómatas expuestos en Francia y en Suiza por los hermanos Droz; la Panharmónica construida en 1808 por Leonard Maelzel, de Ratisbona; los relojes de Lyon y Cambrai, y el de Estrasburgo, debido a Schwilgue (1842), así como los numerosos relojes de péndola, animadores de autómatas, originales de artesanos rusos, que todavía hoy pueden admirarse en las vitrinas del Kremlin; de Robert Houdin merecen especial mención: el Escamoteador, el Volatinero, el Pájaro cantor, el Escritor dibujante, el Pastelero, etc. 

Durante mucho tiempo existió un autómata que tuvo intrigada a la opinión: el Jugador de ajedrez, de Kempelen, que consistía en una especie de caja con un tablero encima, ante el cual un autómata movía las piezas frente a un contrincante humano. Ese jugador ganaba de manera casi sistemática; resulta pues seguro que un experto jugador se hallaba oculto dentro de la caja. 

El desarrollo de la electricidad y de la electrónica permitió la aparición de una nueva generación de autómatas, capaces de imitar realmente algunas funciones intelectuales y no sólo de reproducir determinados comportamientos. Ya en 1912, el jugador de ajedrez eléctrico de Torres Quevedo era capaz de jugar finales de partida (rey contra rey y torre). El jugador de Nim, construido en 1951 en la universidad de Manchester, y citado repetidas veces, constituye otro ejemplo de un autómata muy elemental, dado que existe un algoritmo que permite ganar con seguridad en este juego. Por aquella misma época Strachey construyó en E.E.U.U. un jugador de damas capaz de enfrentarse con un buen jugador; para ello la máquina debe analizar las consecuencias de todas las jugadas posibles a partir de una situación dada, y esto con varias jugadas de antelación. Los adelantos de la microelectrónica propiciaron la aparición en el mercado norteamericano, en 1977, de un jugador de ajedrez capaz de desarrollar un juego de nivel muy aceptable por un precio relativamente módico. 

Resultaría pues factible en la actualidad construir un autentico jugador de ajedrez androide. La industria utiliza autómatas, denominados robots, capaces de llevar a cabo manipulaciones así, como operaciones de montaje y de ensamblaje.


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